En la planta, fundada en 1897, evacuada durante la Segunda Guerra Mundial para producir armamento y luego restablecida como fábrica de material rodante, se despliega una solemne ceremonia: la entrega de los primeros vagones renovados para el subterráneo de Bakú, capital de Azerbaiyán.
Aunque Rusia ya no es el imperio de los zares y zarinas, ni la república de los soviets, sigue actuando como una potencia orgullosa de su capacidad industrial y busca exportarla más allá de sus fronteras.
Con ese espíritu llegó TMH a la Argentina. Un año atrás, el propio Lipa viajó al partido bonaerense de Bragado para reinaugurar, junto a autoridades argentinas, los talleres ferroviarios Mechita, nacidos hace un siglo pero que desde 2011 no eran más que un cementerio de locomotoras. La modernización de los talleres de mantenimiento y reparación de material rodante es apenas la primera etapa de un plan de inversión a cinco años por 200 millones de dólares, que supone generar 1.200 puestos de trabajo.
En mayo último, Macri y Vidal volvieron a Mechita, esta vez para anunciar el comienzo de la segunda etapa de la concesión del polo ferroviario, que consiste en la construcción de una fábrica de trenes, en un área de 8.800 metros cuadrados arrendados a THM Argentina por 30 años. Aunque en la actualidad Mechita se dedica a reparar locomotoras y coches comprados a China por el Estado argentino, la idea es producir material rodante en el país, no solo para consumo interno sino también para exportar al resto de la región.
Por estas características del acuerdo, la empresa rusa se considera un socio estratégico de la Argentina. “No entramos para ganar solo una licitación. Si llegamos, es para quedarnos”, aseguró Lipa, en una charla con medios argentinos invitados a conocer la empresa.
En una sala del Foro Económico Internacional de San Petersburgo, el CEO de TMH reconoció que el obstáculo principal para planificar inversiones en la Argentina es la inflación, aunque se siente confiado por el respaldo del gobierno ruso. “Putin ayuda mucho a conseguir negocios. Cuando se reunió con Macri, el segundo tema de conversación, luego del fútbol, fue Mechita”, confió Lipa, que de todos modos aclara que los accionistas de TMH son cuatro inversores privados rusos, además de la firma francesa Alstom.
La nueva estrategia global de TMH se despliega a partir de grandes desarrollos regionales, con inversiones en Centroamérica, Europa Central, África, Medio Oriente, Asia Central y Sudamérica, cuya sede de operaciones es la Argentina. “TMH quiere ser el héroe local en la Argentina”, exagera Hans Schabert, responsable máximo del capítulo internacional de la empresa ferroviaria rusa. El ejecutivo –quien ya visitó cinco veces la Argentina- señala que, además del contrato de mantenimiento con la línea San Martín, TMH quiere ser proveedor del Belgrano Cargas, la Línea C de subtes porteños y, la gran frutilla del postre, el proyecto Vaca Muerta.
El embajador argentino en Rusia, Ricardo Lagorio, confirma ese interés geoestratégico. “Los rusos están interesados en el combo de infraestructura, energía y transporte de pasajeros que supone la explotación de las reservas de Vaca Muerta, con la presencia de empresas como Gazprom (petróleo y gas) y RZD (gigante estatal de la logística sobre rieles). Hay que entender a Rusia más allá de los mitos occidentales. Ellos buscan continuidad y previsibilidad, no tanto de personas sino de políticas de Estado: la estrategia está por encima de los negocios de corto plazo”, explica el diplomático. Y los números de TMH parecen darle la razón.
Coloso
Consultado por el retorno de la inversión rusa en la Argentina, Lipa asegura que no lo obsesiona recuperar ese dinero en el mediano plazo, porque el foco está puesto más allá, en desarrollar una estrategia de alcance regional sustentable. Para entender sus palabras, hay que tener a mano algunas cifras apabullantes del holding ruso: la facturación total proyectada para este año ronda los 7.000 millones de dólares, el grupo tiene 100.000 empleados y es responsable del mantenimiento cotidiano de 15.000 locomotoras.
“No queremos vender nuestros productos afuera y después lavarnos las manos”, afirmó Lipa, “queremos producir en el país donde invertimos”. Además de garantizar una suerte de servicio posventa que acompañe el ciclo de vida del material rodante, la compañía rusa promete instalar su cultura industrial como inversora local.
Esa cultura se aprecia no solo en las plantas más robotizadas de fabricación, sino en las más tradicionales, donde la organización eficiente del trabajo humano pesa más que la automatización. En los talleres de reparación de vagones OEVRZ, que TMH posee en las afueras de San Petersburgo, la historia es un factor a la vista.
La planta, fundada en 1826, tiene un museo y los galpones de ladrillo a la vista y diseño decimonónico están distribuidos según antiguos criterios. Por eso, sus directivos están reorganizando el plano de la planta para reagrupar el proceso de trabajo en un espacio más integrado. Acaso una economía sin mucho capital disponible como la Argentina tenga algo que aprender de una planta donde no mandan los caros robots con inteligencia artificial.
Eso sí, acá no hay paritarias ni conflictos gremiales, según cuentan los gerentes: dicen que con un sueldo promedio de 800 dólares para operarios calificados, todos trabajan contentos. Al menos en Rusia.
*Desde Moscú y San Petersburgo.
Fuente: Revista Noticias